La solidaridad, el mundo y la fe.
El Siglo XX y XXI conjugados desde la caridad.
No quiero que se mal interprete: no pienso que todos debemos ser buenos y amarnos uno al otro, aunque sería lo óptimo, sería muy iluso de mi parte. El ser humano es solidario como egoísta por naturaleza, y no lo puedo ni podemos negar.
Es así como, para comenzar, quiero hacer referencia a la habitual retórica de preguntas y respuestas, me pregunto ¿qué es la solidaridad? A la hora de responder, quiero centrar la atención en dos ideas: La primera, dada por Alejandro Sarbach, quien la define como “aquel valor presente en las conductas de asistencia, colaboración o ayuda que se dan fundamentalmente entre iguales”. Continuando en su exposición, sostiene que es, por tanto, un valor que está reñido con las jerarquías, el mando o el autoritarismo. Así, la solidaridad exige canales de participación activa, concluyendo que la solidaridad es un valor o una virtud. La segunda, expresada por la Madre Teresa, quien definió el concepto de “solidaridad” desde su mayor fuerza y fuente de inspiración, Dios: “Es ayudarnos los unos a los otros. Ya Cristo lo dijo: Lo que hagas con el último de tus hermanos lo estás haciendo conmigo. Esa es la solidaridad. Así, cuando él llegue a nosotros, podrá decirnos: Tuve hambre y me disteis de comer, tuve sed y me disteis de beber, fui forastero y me recogisteis, estuve desnudo y me cubristeis, enfermé y me visitasteis (…)”
Estas son tan solo dos maneras de definir una idea tan compleja tal vez de comprender como lo es la “solidaridad”. Cada cita dada anteriormente es diferente ya que observamos que la primera de ellas está escrita desde un ángulo jerarquizado y no entre todos los ciudadanos, independientemente de su respectiva clase social. La segunda puede resultar un poco desconcertante para algunos, especialmente para aquellas personas que no adhieren a la fe Cristiana y así podrían tranquilamente preguntarse ¿Qué ocurre cuando tus principios no son los de Dios? Y mi respuesta sería tal vez que no necesitamos creer en el Dios de la Madre Teresa y de muchas religiones sino creer que el otro nos necesita de verdad porque sufre hambre, o frío o una enfermada terminal. Y es que, en este sentido, como dice Buda, todo hombre, más allá de sus creencias y su fe, no puede evitar la enfermedad, la soledad y la muerte en algún momento de su vida. De este modo, podemos y debemos ayudar al prójimo, tal como quisiésemos nosotros que nos ayudasen si fuésemos quienes están sintiendo a flor de piel la miseria.
Pero ¿por qué hablo de que es nuestro deber? Y es aquí donde deseo centrarme en la idea de los Derechos Humanos, aquellos que todos, sin exclusión alguna, poseemos, tal como lo manifiestan los Artículos 1 y 2 de la Declaración Universales de los Derechos Humanos: “Todos los seres humanos nacen libres e iguales en dignidad y derechos y, dotados como están de razón y conciencia, deben comportarse fraternalmente los unos con los otros. Y todas las personas poseen los derechos de igualdad y libertad sin distinción alguna de raza, color, sexo, idioma, religión, opinión política o de cualquier otra índole, origen nacional o social, posición económica, nacimiento o cualquier otra condición”.
Pero hay una verdad que muchas veces es olvidada, sí el mundo del siglo anterior sólo fue una gran era de catástrofes ¿Cómo sobrevivió? Y la respuesta es muy complicada pero a la vez muy sencilla.No sólo existían abusadores de los derechos humanos, potencias que competían por poseer las mejores armas nucleares, sino también existían aquellas personas cuyos ideales, principios o tal vez expectativas iban más allá de la generalidad. Personas que buscaban el bien común de todos, más allá de la raza, de la religión, de la diversidad. Personas que soñaban y luchaban por un mundo diferente y no utópico.
Son muchas estas personas, o tal vez no son tantas a fin de cuentas, pero de ellas hemos aprendido como se lucha por lo que creemos y deseamos. Hoy en día necesitamos de sus ejemplos ya que las guerras no han finalizado y cada vez son más crueles e inhumanas.
De todos ellos, he elegido algunas cuyos pensamientos nos permiten creer que nuestros “sueños” de solidaridad entre todos no son sólo ficciones utópicas, sino sumamente reales y posibles.
En este sentido, comienzo refiriéndome a Mahatma (“alma grande”) Ghandi, quien empieza su lucha en 1912 en la India, lucha en defensa de los derechos de los hindúes contra los ingleses. Su lucha fue pasiva, sin violencia, tan sólo utilizando recursos que no se traducían en muerte, ni pérdida. Gracias a esta acción, logró liberar a su pueblo en 1948, encontrándose ascético y frugal, pero jamás doblegado. Ghandi fue asesinado por un extremista hindú en el mismo año en el que llevaba al plano de la verdad su sueño.
Así, también podemos reflexionar sobre la figura de Martin Luther King, quien luchó, poniendo la otra mejilla y postulando la no violencia y por la igualdad entre todos los seres humanos, sin importar cuál fuese su color de piel. En su famoso discurso “Yo tuve un sueño..”, él predica “(..) He soñado un sueño en el que mis cuatro hijos pequeños vivirán un día en una nación en donde no serán juzgados por el color de su piel, sino por el contenido de su carácter y por sus obras”. El también fue asesinado por la intolerancia en 1968. Sin embargo, sus asesinos no lograron dar muerte a su mensaje que vive entre todos y cada día es más fuerte.
Y por último la Madre Teresa de Calcuta: Monja albanesa que vivió y murió en la calle más miserable de la India y tal vez del mundo, entregada a saciar el hambre y mitigar el sufrimientos de los pobres, los enfermos y los sin esperanza. El mundo la amó porque no tan solo tenía uno de los corazones más grandes que se haya conocido en la historia, sino también porque dio su vida y su amor a absolutamente todos, sin exclusiones.
Así comprendí que la verdadera definición de solidaridad y caridad está en cada recolecta que realizamos y se realiza en los colegios con el fin de juntar alimentos, ropas, juguetes, útiles, libros para aquellas escuelitas rurales en las afueras de la ciudad y para los barrios mas carenciados de Tucumán. La siento al leer sobre las actividades de UNICEF, Rombo Rojo, CARITAS, entre otras o de aquellas pequeñas Asociaciones u Organizaciones barriales o provinciales que poseen el famoso “voluntariado” a través del cual una gran cantidad de personas, más de las que creemos, dan su tiempo y corazón o posesiones por los que sufren de frío, hambre, perdidas varias, SIDA u alguna otra enfermedad terminal, catástrofes naturales, desdicha, tristeza.
Puedo ver solidaridad cuando mis amigos me cuentan de sus emprendimientos misioneros con sus respectivas Iglesias, sus visitas a barrios para proveerle a los más pequeños con apoyo escolar o que el viernes que viene van a pasar la noche en una placita jugando y cenando con los que tienen que ir a vender “mentitas” para poder comprar el almuerzo de mañana.
Y sí hay una verdad que no podemos omitir es la que no sólo damos sino también recibimos. Porque cada vivencia, cada compartir con el que está junto a mí, cada visita y cada mirada nos enseña y nos enriquece el alma. Y ese sentimiento es incomparable. Es único.
Fe en la sonrisa de un niño, de un amigo, de una madre, de un profesor, de un anciano, de un abuelo. Intento vivir con la fe a flor de piel no sólo en quienes somos sino también en la persona que junto a mi está. Creo y sé que somos muchos en el mundo los que queremos combatir la crueldad y el sufrimiento y que ninguna guerra o gran potencia nos guitaran la fe en la construcción de la solidaridad entre naciones, pueblos y humanos.
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