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Wednesday, September 19, 2007

SOLEDAD *

Algunas veces perdía el control sobre las cosas y hasta llegaba a pensar que nunca lo recuperaría. Esos eran momentos de una angustia tan profunda que no podía reconocer su origen ¿Era la frustración de haber perdido un amor? ¿Era la Soledad la que apresaba y oprimía su corazón?

A pesar de las dificultades que le ocasionaba convivir con esta nostalgia, todo continuaba. Parecía como si su vida fuera un tren que seguía el camino de sus vías, y que su destino ya fuese conocido. Pero, ¿por qué no resistirse a éste?.

En un momento de desesperación y vacío total salió en busca de ella. Soledad. Ese nombre daba vueltas en su cabeza desde la primera vez que la vio. (Su eterno amor). En fin, salió. Sin rumbos. Sin direcciones. Con un objetivo: reencontrarse con su Soledad ¿Era suya? ¿Fue amor?

Soledad había sido, probablemente la única persona capaz de romper la rutina tediosa que todos los días de su vida llevaba Nicodemus. Una rutina que lo había llevado a aislarse de su familia, de su mascota y de sus amigos. Él vivía para ella ¿O para él?

Recorrió toda la ciudad bajo la lluvia imperiosa. Buscó en todos los lugares donde habían ido juntos en épocas florecientes. Ella era conocida por gran parte del barrio y de la ciudad, (él no conocía a nadie más que a ella). No se detuvo ni a preguntar si había sido vista, ni para comer, ni para fumar su pequeña pipa. Estaba determinado a cumplir con su meta. Al fin y al cabo, era el amor de su vida. Nicodemus sentía profundamente que ella estaba hecha para él, a su medida. E indudablemente esto era así. Nadie hubiese cuestionado que estaban compuestos de la misma sustancia.

Sin embargo, la teoría de Nicodemus parecía no cerrar, puesto que ya estaba perdiendo esperanzas, luego de estar toda una noche husmeando la ciudad en busca de su Soledad. Lo único que lo mantenía de pie y con ánimo era la imagen de ella en su cabeza. Ese era su motor de vida.

Salió el sol. Cesó la tormenta. El amanecer renovó las esperanzas de Nicodemus. Su ardua búsqueda continuó. Con la cabeza en alto y su cuerpo erguido, caminaba observando todo lo que lo rodeaba. Pero cuanto más lejos buscaba, más difícil iba a ser que la encontrara. Desistió. Pateando una lata de gaseosa con bronca y angustia, se dirigió a un banco de la plaza principal. Se sentó y agachó su cabeza con una amarga resignación. El sol estaba más picante que nunca.

La luz le hizo ver las cosas más claras. La debía encontrar. Si ella le pertenecía. Si ella iba a todas partes con él. Si no se podían despegar. Si habían llegado a formar un solo cuerpo, una sola alma. Soledad era parte de él. Este razonamiento lo llevó a una respuesta que iba a ser la acertada. No tenía que buscar lejos suyo, ni seguir caminando y caminando. Soledad estaba más cerca de lo que imaginaba.

Levantó la mirada y observó con detenimiento su sombra. Había tomado una extraña forma que de a ratos le era conocida ¿Sería el efecto del sol? ¿Sería su estado de somnolencia? ¿Sería el deseo de reencontrarse con su Soledad? No, indefectiblemente era ella. (Su sombra tenía nombre).

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